jueves, 25 de abril de 2013

Espérame en el cielo

Hoy hace exactamente cuarenta días que ya no estás, cuarenta días de aquel 16 de marzo 2013, aquel día que salí de casa por la mañana, y ya no te volví a ver. Hoy hace cuarenta días que se fue la alegría de la casa.

Aún me parece verte conmigo cuando despierto, cuando desayuno y me mirabas pidiéndome un langostino de la nevera.  Echo de menos sentir tu calor encima de mí mientras estaba con el ordenador, cómo no me dejabas levantarme de la silla sentándote encima de mí. Llegar a casa, buscarte, y ver que ya no estás.

Recuerdo perfectamente aquel día de agosto de 1999. En un callejón del pueblo de mi abuelo, gatos callejeros, tenían gatitos. Recuerdo como os saqué de comer puré, y comíais todos con hambre. Recuerdo como mi hermana y yo queríamos tener un gato, así que me llevé a uno de esos gatitos mientras comían: tú.

Mi cosita más bonita
Te escapaste de casa por miedo de los humanos, eras un gato callejero acostumbrado a que la gente os dé de comer, pero también a que los niños os tiren piedras. Te encontramos y quisiste volver, quizás imaginabas que te esperaba comida y cariño. Y tras las vacaciones, te llevamos con nosotros a Madrid.

El nombre inicial que se te puso fue Arco Iris, debido a lo raro que eres en colores. Pero no sé por qué, también se te empezó a llamar Cucurucha. En tu ficha del veterinario, Cucurucha Arcoiris, "Cuca". "Arco" o "Bicho" para los amigos. Debías tener un lío de nombres, pero lo mejor de todo es que sabías como te llamábamos cada uno, y respondías.

Empezaste siendo muy revoltosa: te escondías en cada pequeño rincón, te metías en cada agujero que veías... Hasta que te dabas cuenta cuando te decíamos lo que hacías estaba mal o estaba bien. Al principio eras un poco esquiva quizás, al venir de la calle, pero cada vez nos fuiste cogiendo más cariño, y nosotros a tí.

Te encantaba jugar con cuerdas: que alguien la moviera, y tú correr tras ella. Te encantaba mirar a los pájaros desde la ventana o la terraza, tanto, que caíste dos veces por la ventana. Te encantaba sentarse en el sitio calentito de alguien cuando se levantaba. Y tumbarte encima de todo el mundo.

Te encantaba meterte dentro de cualquier cosa que pillaras: una caja, un armario abierto, un cajón que está fuera siendo ordenado... También te encantaban los sitios altos: subirte a los más alto que pillaras, aunque fuera un libro en el suelo, siempre estabas encima.



Tuvimos hamsters con nosotros, y los tratabas como a tus hijos: los lamías, y cuando una noche se salieron de la jaula, nos avisaste dónde estaban, y los trataste con cuidado.

Percibías el tipo de persona que iba a entrar antes de llegar. Antes de sonar la puerta y de nadie saber nada, corrías hacia la puerta para recibirlo, si era alguien de casa. Y si no lo conocías, si era tranquilo te gustaba, y si era nervioso te escondías antes incluso de llamar a la puerta. Como aquel técnico del ADSL, allá por 2004. Vino un técnico tranquilo, y tú te dejaste acariciar por él. El día siguiente vino un técnico estresado y rápido, y tú te escondiste antes incluso de sonar el timbre de la puerta.

Te encantaba perseguir a cualquier bicho volador. Perseguir sombras o luces. A veces cazabas lagartijas, y nos las traías feliz como trofeo, maullando de una forma muy peculiar.

Te encantaban los langostinos, los yogures, los palitos de cangrejo. Te encantaba revolcarte con el "perfume" de los sobres de las infusiones. Sabías abrir puertas, de la forma que fuera. Eras muy friolera. Te encantaba tomar el sol, aunque fuera en el único trozo de sol que hubiera. Te encantaba dormir al lado del radiador, y tumbarte en la cama, arropada. Cuando me iba a dormir, te venías conmigo y siempre te tumbabas a mi lado, ronroneando.



Te encantaba la tranquilidad. Si alguien gritaba en casa, ibas corriendo y le mordías los pies, para  que dejara de gritar. No te escondías, sino que ibas a él para que pararas. De lo que sí te escondías es de las tormentas, de aquellas tormentas que hacen tanto ruido, y tú no sabías por qué.

Hoy, cada vez que llego a casa te busco. Cada vez que llego a casa, te echo de menos esperándome en la puerta pidiendo mimos. Echo de menos que estés conmigo ahí, cuando todos los demás se han ido.

Este es mi pequeño homenaje para tí, la cosa más buena del mundo. Porque no te voy a olvidar nunca, y sé, que desde algún lado, nos estás viendo y estás orgullosa de nosotros. Gracias por todos esos momentos, por toda esa complicidad que no se puede explicar, y que tantos, no saben entender. Te quiero


Siempre estarás conmigo, 
enseñándome el camino, 
como un faro en la oscuridad
Contigo nunca he sentido el frío, 
ni el vacío ni el olvido, 
que causará no verte más
Cada vez que te recuerde, 
sentiré como me duele gritar, 
una palabra más...
Esta noche sentiré, 
miedo por primera vez, 
miedo si te llamo y no estás...

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